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Entre Chicago y Chiclayo: el papa que nos une

Por fin se siente bien —y profundamente significativo— ser un exmonaguillo peruano-estadounidense que creció entre los muros de un colegio y una universidad católica.

Sabía que algún día llegaría mi hora. Solo que no imaginaba que sería en forma de fumata blanca.

El pasado jueves, cuando se anunció la elección de Robert Prevost como nuevo papa bajo el nombre de León XIV, mi esposa —incrédula frente al televisor— preguntó: “¿Un papa estadounidense?”. Y yo, con el corazón saltando, respondí: “¡Un papa peruano!”. Porque aunque nació en Chicago, León vivió, trabajó y amó a mi Perú durante décadas. Se hizo ciudadano peruano. Y, como bien dijo la presidenta Dina Boluarte, fue peruano “por elección y corazón”.

Como periodista, mi mente se volcó de inmediato a las implicaciones: ¿Qué significará su papado para las divisiones ideológicas dentro de la Iglesia en Estados Unidos? ¿Cómo impactará el legado progresista del papa Francisco? ¿Qué voz tendrá ahora la Iglesia Católica en la política global?

Pero como creyente —como migrante—, algo más profundo ocurrió: sentí que su elección me hablaba a mí.

León XIV fue obispo en Chiclayo, una ciudad costera del norte peruano. No solo pasó por Perú: lo habitó. Compartió nuestra fe, nuestras preocupaciones, nuestra lengua. Hasta, sospecho, nuestras comidas. (Mi madre ya me mandó un montaje de él en sotana, saboreando cebiche con una Inca Kola en la mano. Porque en Perú, hasta el meme es devoción.)

La elección de León XIV me hizo volver a mi propia historia: Lima, las monjas estadounidenses que educaron a mi madre, las misas en familia, la visita del papa Juan Pablo II en 1985, cuando yo tenía 13 años y coreábamos bajo el sol: “¡Juan Pablo, amigo, el Perú está contigo!”. Recordé incluso a mi tío abuelo Alcides Mendoza, obispo en el Concilio Vaticano II y anfitrión del papa polaco en su visita a Cusco.

En mi niñez, Juan Pablo fue una mezcla de pontífice y superhéroe. Pero hoy, hay algo más íntimo en mi conexión con León. Tal vez porque su biografía es la imagen en espejo de la mía: yo nací en Perú y abracé a Estados Unidos; él nació en Estados Unidos y abrazó a Perú. Y esa coincidencia me ha hecho sentir —por primera vez— que la universalidad de la Iglesia también puede parecer personal.

Durante su primer saludo desde el balcón de San Pedro, León cambió del italiano al español para dedicar unas palabras sentidas a Chiclayo. Su rostro se iluminó. Sonrió. Su voz se quebró apenas. Fue un gesto pequeño, pero para muchos de nosotros —migrantes, biculturales, divididos entre dos patrias— fue un puente emocional. Porque entendemos lo que significa vivir entre mundos. Lo que cuesta y lo que regala esa vida.

León XIV dijo alguna vez que su tiempo en Perú fue el mayor regalo de su vida. No es difícil creerlo. Se proyecta como peruano no solo por ciudadanía o afecto, sino por haber entendido, vivido y amado al país. Eso lo distingue.

Mucha gente me ha escrito estos días —excompañeros, familiares, incluso una exnovia— para preguntarme qué se siente tener un papa que es “como tú”. No tengo una respuesta clara. Solo sé que esta elección me dio una extraña y profunda sensación de pertenencia. De validación. Como si esta vida entre dos orillas, entre dos idiomas y dos culturas, tuviera también un lugar en el centro espiritual del mundo.

He sido un católico de fe intermitente. Un creyente en diálogo con la duda. Y he advertido muchas veces a mis hijos sobre la idolatría de las figuras públicas: tarde o temprano, decepcionan. Incluso los pontífices. Pero también sé que el Espíritu Santo actúa con ironía, con gracia, y a veces con ternura.

¿Me reconciliará León con la Iglesia? ¿Profundizará este papa mis lazos espirituales? No lo sé. Solo sé que lo observaré con la doble mirada que me define: la del fiel con esperanza y la del periodista con escepticismo.

Y si el nuevo papa habla con pasión sobre los migrantes, sobre su dignidad y sus derechos, no será solo por doctrina. Será porque lo ha vivido. Porque ha cruzado fronteras físicas, culturales y espirituales. Como muchos de nosotros. Como yo.

León XIV es estadounidense. Y también es peruano. Después de todo, “Chicago” y “Chiclayo” casi riman.

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